Artículo de Secours Rouge Toulouse sobre la militarización, el imperialismo francés y la izquierda revolucionaria publicado el 28 de noviembre de 2025.

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«La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios», escribió Clausewitz. En Francia, esta frase resuena hoy con gran intensidad. Se suceden los anuncios, formando un conjunto coherente: militarización acelerada, discurso de «sacrificios», normalización de la economía de guerra y, a continuación, refuerzo del mantenimiento del orden y del aparato represivo. Dos aspectos inseparables de un mismo proyecto: preparar la confrontación exterior y neutralizar la oposición interior en beneficio del imperialismo francés.

Como expresión de la intensificación de las contradicciones interimperialistas, la militarización de Francia y Europa alcanza hoy un nivel sin precedentes desde la Guerra Fría. Esto se hace patente en los distintos anuncios articulados para construir la idea de un futuro conflicto presentado como inevitable, en particular contra Rusia. Y el frente ruso es solo el más evidente: desde 2022, la Fuerza Aérea y Espacial francesa lleva a cabo cada año operaciones de despliegue rápido en el Pacífico, a través de la misión PEGASE, para responder a la «amenaza china». La Unión Europea ha marcado la pauta al desvelar su proyecto de «Schengen militar», destinado a transformar el continente en un vasto corredor logístico para los ejércitos. Carreteras, puentes, vías férreas, infraestructuras civiles: todo debe adaptarse a las necesidades de las tropas.

Esta dinámica se amplifica especialmente en Francia. El Gobierno promueve sin complejos la idea de que el país debe prepararse psicológica y materialmente para un enfrentamiento importante. La publicación de la guía «Tous responsables» (Todos responsables), presentada como un manual ciudadano para «actuar eficazmente en situaciones de crisis», lleva aún más lejos esta normalización de la guerra. El documento evoca explícitamente la posibilidad de una «amenaza relacionada con un compromiso importante de nuestras fuerzas armadas fuera del territorio nacional», tras meses de discursos sobre el «rearme demográfico» y la obligación de disponer de una mochila de supervivencia para 2026. En esta línea, Emmanuel Macron anunció el jueves 27 de noviembre un servicio militar voluntario con el fin de reforzar «la importancia de la preparación de la nación y de sus fuerzas morales frente a las crecientes amenazas», según el comunicado del Elíseo.

El ámbito de la salud tampoco escapa a esta lógica. El Ministerio ha pedido oficialmente a los hospitales que se preparen para un escenario de conflicto armado de aquí a marzo de 2026. Según una nota interna revelada por Le Canard Enchaîné, los hospitales civiles franceses deben prepararse ahora para recibir oleadas masivas de heridos militares, con previsiones que pueden alcanzar hasta 50 000 pacientes en seis meses. Se está haciendo todo lo posible para inculcar en la mente de la gente la idea de que podría estallar un conflicto en un plazo de tres o cuatro años, como si ese plazo ya se hubiera validado entre bastidores.

Este es precisamente el plazo que asumió con escalofriante brutalidad Fabien Mandon, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, durante el 107.º Congreso de Alcaldes, celebrado del 18 al 20 de noviembre de 2025. Pidió a los representantes electos que prepararan a la población para «aceptar el riesgo de perder a nuestros hijxs» y «sufrir económicamente», al tiempo que retomaba la retórica belicista sobre Rusia.
Detrás de estas palabras no se esconde la opinión de un militar aislado, sino la línea estratégica asumida por el Estado francés, coherente con el aumento masivo del presupuesto militar, los proyectos de servicio nacional para los jóvenes y las ambiciones imperialistas reafirmadas en la Revista Estratégica Nacional.

Esta militarización se extiende también al ámbito espacial. Toulouse se convierte en un eje central de este dispositivo con la instalación del Mando Espacial y del Centro de Excelencia Espacial de la OTAN, inaugurados como símbolos de la nueva doctrina: «el espacio ya no es un santuario». Los satélites patrulleros Toutatis y Orbit Guard, diseñados para vigilar o neutralizar amenazas, encarnan la entrada asumida de Francia en la militarización completa de la órbita terrestre.

Así, conviene recordar que Francia, segundo exportador mundial de armas, no es un país «amenazado», sino un actor central en los conflictos que pretende temer. Hoy en día, alimenta, equipa y apoya las dinámicas bélicas que asolan el planeta, como los genocidios en Palestina y Sudán. Evidentemente, no se trata de un fenómeno nuevo, sino que tiene su origen en el colonialismo francés y sus cientos de años de saqueos, despojos y masacres de los pueblos colonizados.

Su antiguo imperio colonial sirvió de base material y territorial para la afirmación del imperialismo francés después de 1945, al proporcionar el uranio necesario para el desarrollo nuclear y ofrecer lugares de ensayo remotos (Sáhara argelino, Polinesia) o la base de lanzamiento espacial en Guayana. Esta potencia nuclear garantizó la independencia estratégica y el estatus de potencia mundial de Francia, actuando como principal catalizador del desarrollo de un complejo militar-industrial de vanguardia. Este complejo, que combina las industrias nucleares y la exportación de armamento sofisticado, se ha convertido tanto en un pilar económico nacional como en una de las herramientas que permiten a Francia mantener sus intereses, su influencia y un papel de primer orden en el mundo, en particular mediante el mantenimiento de varias de sus colonias (Reunión, Guayana, Kanaky, Guadalupe, Martinica, Polinesia, etc.).

Iniciado en 2018, el aumento masivo del presupuesto de «Defensa» francés (+56 % entre 2017 y 2025) continuará hasta alcanzar el objetivo de 68 000 millones de euros en 2030. La reciente Ley de Programación Militar 2024-2030 da a la industria armamentística una visibilidad sin precedentes y provoca un fuerte aumento de los pedidos. Impulsados por la «economía de guerra», los industriales aceleran sus ritmos, reducen los plazos y relocalizan ciertas capacidades críticas para prepararse para conflictos de alta intensidad. Asi, todo el sector se está reorganizando para producir más y más rápido. Por ejemplo, los aviones Rafale se producen hoy tres veces más rápido que en 2022.

Si la primera fase de este programa tiene como objetivo preparar al aparato militar y condicionar a la población para la guerra, la segunda fase se centra en el frente interno. Porque para llevar a cabo una política de militarización exterior, es necesario asegurarse de que la sociedad no se rebele contra las consecuencias sociales, políticas y humanas de esta decisión. Ahí es donde entran en escena la represión y el mantenimiento del orden, como instrumentos de contrarrevolución preventiva destinados a sofocar cualquier oposición antes de que aparezca.

Desde 2018, las fuerzas del orden francesas disparan cada año entre 15 000 y 20 000 municiones LBD y granadas explosivas, frente a menos de 500 antes de 2015. La feria Milipol, escaparate mundial de las tecnologías de control, ilustra la dirección tomada: drones, armas denominadas «no letales», sistemas biométricos, dispositivos de vigilancia algorítmica, todo contribuye a reforzar el mantenimiento del orden como un campo de experimentación militarizado.

Con el fin de imponer esta política, el ministro del Interior, Laurent Nuñez, interrogado por una comisión parlamentaria el pasado 18 de noviembre, reafirmó su voluntad de crear un nuevo delito de «atentado contra la cohesión nacional». Esta propuesta se suma a un conjunto de medidas que refuerzan las capacidades de vigilancia, amplían las posibilidades de disolución de organizaciones y extienden los ámbitos de incriminación penal, refuerzan las prisiones y las políticas de aislamiento, cuyo objetivo declarado es neutralizar cualquier contestación a la política llevada a cabo por el imperialismo francés.

Esta lógica llega hasta el Senado, que ha validado medidas que permiten a France Travail (oficina de desempleo fancesa) consultar registros telefónicos o archivos aéreos para controlar a los beneficiarios de ayudas, así como nuevas obligaciones administrativas que restringen el acceso a los derechos sociales. Al ampliar aún más la vigilancia en el ámbito de la precariedad, el Gobierno crea un clima de amenaza permanente que intenta desalentar la contestación y debilita aún más a las clases populares, en particular a las racializadas. Este proceso se ve reforzado, evidentemente, por la exacerbación de la islamofobia de Estado y sus dramáticas consecuencias para millones de personas, cuya intensificación también tiene como objetivo responder a esta exigencia: reunir a las clases populares detrás del imperialismo francés designando un «enemigo interno». Este sirve a la vez como terreno de experimentación para políticas liberticidas y autoritarias, que el racismo permite que sean aceptadas por amplios sectores, como medio para debilitar las capacidades de autoorganización —en particular de las personas racializadas— susceptibles de cuestionar el orden imperialista.

La coherencia de su estrategia salta a la vista: en el exterior, una militarización destinada a defender sus intereses imperialistas; en el interior, un aparato represivo reforzado para impedir que la población cuestione esta orientación. Se trata de una auténtica contrarrevolución preventiva, que ataca incluso antes de que exista una revuelta.

Ante esta situación, la izquierda revolucionaria debe abordar el período de manera consecuente. Es indispensable combatir todas las formas de chovinismo, así como la idea de que existe un militarismo «progresista», posición que hoy se encuentra en La France insoumise. Cuando políticos como François Piquemal se preocupan más por el alojamiento de los futuros soldados de Toulouse que por la lógica militarista en sí misma, esto ilustra perfectamente una política que consiste en acompañar, aunque sea marginalmente, la maquinaria bélica del Estado.
Más que nunca, hacemos nuestra la fórmula de Karl Liebknecht: «El enemigo principal está en nuestro propio país». Solo construyendo una perspectiva revolucionaria, profundamente internacionalista y antiimperialista, puede surgir un verdadero horizonte antimilitarista. No será posible ninguna paz duradera, ninguna salida a esta espiral de guerra, sin atacar la raíz: el capitalismo. No existe ninguna alternativa reformista. Es desde esta perspectiva que Secours Rouge Toulouse pretende situarse, basándose en sus características específicas: un espacio de apoyo, solidaridad y ayuda mutua para todas las formas de autoorganización autónoma de la izquierda revolucionaria, con el fin de hacer frente a la contrarrevolución preventiva y llevar adelante las perspectivas revolucionarias para el futuro.